sábado, 17 de febrero de 2018

MENSAJE DE CUARESMA 2018 DEL PAPA FRANCISCO


Mensaje del Santo Padre Francisco para la Cuaresma 2018, 06.02.2018

«Al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría» (Mt 24,12)

Queridos hermanos y hermanas:
            Una vez más nos sale al encuentro la Pascua del Señor. Para prepararnos a recibirla, la Providencia de Dios nos ofrece cada año la Cuaresma, «signo sacramental de nuestra conversión»,[1] que anuncia y realiza la posibilidad de volver al Señor con todo el corazón y con toda la vida.
            Como todos los años, con este mensaje deseo ayudar a toda la Iglesia a vivir con gozo y con verdad este tiempo de gracia; y lo hago inspirándome en una expresión de Jesús en el Evangelio de Mateo: «Al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría» (24,12).
            Esta frase se encuentra en el discurso que habla del fin de los tiempos y que está ambientado en Jerusalén, en el Monte de los Olivos, precisamente allí donde tendrá comienzo la pasión del Señor. Jesús, respondiendo a una pregunta de sus discípulos, anuncia una gran tribulación y describe la situación en la que podría encontrarse la comunidad de los fieles: frente a acontecimientos dolorosos, algunos falsos profetas engañarán a mucha gente hasta amenazar con apagar la caridad en los corazones, que es el centro de todo el Evangelio.
Los falsos profetas
            Escuchemos este pasaje y preguntémonos: ¿qué formas asumen los falsos profetas?
            Son como «encantadores de serpientes», o sea, se aprovechan de las emociones humanas para esclavizar a las personas y llevarlas adonde ellos quieren. Cuántos hijos de Dios se dejan fascinar por las lisonjas de un placer momentáneo, al que se le confunde con la felicidad. Cuántos hombres y mujeres viven como encantados por la ilusión del dinero, que los hace en realidad esclavos del lucro o de intereses mezquinos. Cuántos viven pensando que se bastan a sí mismos y caen presa de la soledad.
            Otros falsos profetas son esos «charlatanes» que ofrecen soluciones sencillas e inmediatas para los sufrimientos, remedios que sin embargo resultan ser completamente inútiles: cuántos son los jóvenes a los que se les ofrece el falso remedio de la droga, de unas relaciones de «usar y tirar», de ganancias fáciles pero deshonestas. Cuántos se dejan cautivar por una vida completamente virtual, en que las relaciones parecen más sencillas y rápidas pero que después resultan dramáticamente sin sentido. Estos estafadores no sólo ofrecen cosas sin valor sino que quitan lo más valioso, como la dignidad, la libertad y la capacidad de amar. Es el engaño de la vanidad, que nos lleva a pavonearnos… haciéndonos caer en el ridículo; y el ridículo no tiene vuelta atrás. No es una sorpresa: desde siempre el demonio, que es «mentiroso y padre de la mentira» (Jn 8,44), presenta el mal como bien y lo falso como verdadero, para confundir el corazón del hombre. Cada uno de nosotros, por tanto, está llamado a discernir y a examinar en su corazón si se siente amenazado por las mentiras de estos falsos profetas. Tenemos que aprender a no quedarnos en un nivel inmediato, superficial, sino a reconocer qué cosas son las que dejan en nuestro interior una huella buena y más duradera, porque vienen de Dios y ciertamente sirven para nuestro bien.
Un corazón frío
            Dante Alighieri, en su descripción del infierno, se imagina al diablo sentado en un trono de hielo;[2] su morada es el hielo del amor extinguido. Preguntémonos entonces: ¿cómo se enfría en nosotros la caridad? ¿Cuáles son las señales que nos indican que el amor corre el riesgo de apagarse en nosotros?
            Lo que apaga la caridad es ante todo la avidez por el dinero, «raíz de todos los males» (1 Tm 6,10); a esta le sigue el rechazo de Dios y, por tanto, el no querer buscar consuelo en él, prefiriendo quedarnos con nuestra desolación antes que sentirnos confortados por su Palabra y sus Sacramentos.[3] Todo esto se transforma en violencia que se dirige contra aquellos que consideramos una amenaza para nuestras «certezas»: el niño por nacer, el anciano enfermo, el huésped de paso, el extranjero, así como el prójimo que no corresponde a nuestras expectativas.
            También la creación es un testigo silencioso de este enfriamiento de la caridad: la tierra está envenenada a causa de los desechos arrojados por negligencia e interés; los mares, también contaminados, tienen que recubrir por desgracia los restos de tantos náufragos de las migraciones forzadas; los cielos —que en el designio de Dios cantan su gloria— se ven surcados por máquinas que hacen llover instrumentos de muerte.
            El amor se enfría también en nuestras comunidades: en la Exhortación apostólica Evangelii gaudium traté de describir las señales más evidentes de esta falta de amor. estas son: la acedia egoísta, el pesimismo estéril, la tentación de aislarse y de entablar continuas guerras fratricidas, la mentalidad mundana que induce a ocuparse sólo de lo aparente, disminuyendo de este modo el entusiasmo misionero.[4]
¿Qué podemos hacer?
            Si vemos dentro de nosotros y a nuestro alrededor los signos que antes he descrito, la Iglesia, nuestra madre y maestra, además de la medicina a veces amarga de la verdad, nos ofrece en este tiempo de Cuaresma el dulce remedio de la oración, la limosna y el ayuno.
            El hecho de dedicar más tiempo a la oración hace que nuestro corazón descubra las mentiras secretas con las cuales nos engañamos a nosotros mismos,[5] para buscar finalmente el consuelo en Dios. Él es nuestro Padre y desea para nosotros la vida.
            El ejercicio de la limosna nos libera de la avidez y nos ayuda a descubrir que el otro es mi hermano: nunca lo que tengo es sólo mío. Cuánto desearía que la limosna se convirtiera para todos en un auténtico estilo de vida. Al igual que, como cristianos, me gustaría que siguiésemos el ejemplo de los Apóstoles y viésemos en la posibilidad de compartir nuestros bienes con los demás un testimonio concreto de la comunión que vivimos en la Iglesia. A este propósito hago mía la exhortación de san Pablo, cuando invitaba a los corintios a participar en la colecta para la comunidad de Jerusalén: «Os conviene» (2 Co 8,10). Esto vale especialmente en Cuaresma, un tiempo en el que muchos organismos realizan colectas en favor de iglesias y poblaciones que pasan por dificultades. Y cuánto querría que también en nuestras relaciones cotidianas, ante cada hermano que nos pide ayuda, pensáramos que se trata de una llamada de la divina Providencia: cada limosna es una ocasión para participar en la Providencia de Dios hacia sus hijos; y si él hoy se sirve de mí para ayudar a un hermano, ¿no va a proveer también mañana a mis necesidades, él, que no se deja ganar por nadie en generosidad?[6]
            El ayuno, por último, debilita nuestra violencia, nos desarma, y constituye una importante ocasión para crecer. Por una parte, nos permite experimentar lo que sienten aquellos que carecen de lo indispensable y conocen el aguijón del hambre; por otra, expresa la condición de nuestro espíritu, hambriento de bondad y sediento de la vida de Dios. El ayuno nos despierta, nos hace estar más atentos a Dios y al prójimo, inflama nuestra voluntad de obedecer a Dios, que es el único que sacia nuestra hambre.
            Querría que mi voz traspasara las fronteras de la Iglesia Católica, para que llegara a todos ustedes, hombres y mujeres de buena voluntad, dispuestos a escuchar a Dios. Si se sienten afligidos como nosotros, porque en el mundo se extiende la iniquidad, si les preocupa la frialdad que paraliza el corazón y las obras, si ven que se debilita el sentido de una misma humanidad, únanse a nosotros para invocar juntos a Dios, para ayunar juntos y entregar juntos lo que podamos como ayuda para nuestros hermanos.
El fuego de la Pascua
            Invito especialmente a los miembros de la Iglesia a emprender con celo el camino de la Cuaresma, sostenidos por la limosna, el ayuno y la oración. Si en muchos corazones a veces da la impresión de que la caridad se ha apagado, en el corazón de Dios no se apaga. Él siempre nos da una nueva oportunidad para que podamos empezar a amar de nuevo.
            Una ocasión propicia será la iniciativa «24 horas para el Señor», que este año nos invita nuevamente a celebrar el Sacramento de la Reconciliación en un contexto de adoración eucarística. En el 2018 tendrá lugar el viernes 9 y el sábado 10 de marzo, inspirándose en las palabras del Salmo 130,4: «De ti procede el perdón». En cada diócesis, al menos una iglesia permanecerá abierta durante 24 horas seguidas, para permitir la oración de adoración y la confesión sacramental.
            En la noche de Pascua reviviremos el sugestivo rito de encender el cirio pascual: la luz que proviene del «fuego nuevo» poco a poco disipará la oscuridad e iluminará la asamblea litúrgica. «Que la luz de Cristo, resucitado y glorioso, disipe las tinieblas de nuestro corazón y de nuestro espíritu»,[7] para que todos podamos vivir la misma experiencia de los discípulos de Emaús: después de escuchar la Palabra del Señor y de alimentarnos con el Pan eucarístico nuestro corazón volverá a arder de fe, esperanza y caridad.
            Los bendigo de todo corazón y rezo por ustedes. No se olviden de rezar por mí.
Vaticano, 1 de noviembre de 2017  
Solemnidad de Todos los Santos


jueves, 1 de febrero de 2018

Cine: Mi nombre es Khan


Durante el presente curso he visto en clase Mi nombre es Khan, (Karan Johar, 2010), una producción bollywoodense que aborda algunos temas muy actuales relacionados con la asignatura de Religión: la tolerancia y el diálogo interreligioso, la convivencia, el perdón,  la solidaridad, etc.

Una historia en tres partes

La trama puede dividirse en tres partes: una primera que abarca la infancia y juventud del protagonista, Rizvan Khan, un joven musulmán indio que padece una modalidad de autismo llamada "Síndrome de Asperger"A la muerte de su madre viaja a Estados Unidos a reunirse con su hermano y se dedica a trabajar como comercial de productos de belleza. Conoce entonces a Mandira, una joven hindú divorciada y con un hijo adolescente, logrando casarse con ella, venciendo así los prejuicios en torno a las uniones entre hindúes y musulmanes.

La historia da un giro inesperado cuando ocurre el atentado contra las Torres Gemelas de Nueva York (Septiembre del 2001). Los Estados Unidos se declaran en guerra contra el régimen talibán de Afganistán y el islamismo radical. En este contexto la comunidad musulmana comienza a padecer el fuerte rechazo social de sus vecinos. La familia de Khan no escapa de esta situación, que tiene repercusiones incluso en su economía. El hijo de Mandira sufre el acoso de sus compañeros de instituto. La tensión llega al extremo cuando el chico recibe en una cancha una brutal paliza que acaba con su vida. 
La última parte de la película comienza cuando Mandira, bajo el shock emocional de la violenta muerte de su hijo, expulsa a Khan de su casa, diciéndole que sólo puede regresar cuando vea al Presidente y le diga que él no es un terrorista. Se inicia así un largo periplo del protagonista por las carreteras de Estados Unidos intentado cumplir el objetivo que le propuso su esposa. Varios hechos van jalonando su camino, conoce a una mujer y a su hijo en un poblado del sur, participa en una ceremonia cristiana, es confundido con un terrorista, arrestado, y finalmente puesto en libertad. Cuando parece que se va acercando a su meta, se desvía para ayudar a sus amigos del sur, cuyo poblado ha sido destruido por unas inundaciones. Su acción solidaria despierta la admiración de muchos, llegando su caso a la opinión pública.

Después de recuperarse de un intento de asesinato por parte de un islamista radical, en la última escena Khan, de nuevo con Mandira, logra por fin ver al Presidente y decirle la frase tantas veces repetida "Mi nombre es Khan y no soy un terrorista".

Gente buena, que hace cosas buenas; gente mala, que hace cosas malas

Todo el guión de la película parece resumirse en una frase memorable que le enseña la madre al joven Khan para explicarle que no hay diferencias entre hindúes y musulmanes: "Sólo hay gente buena, que hace cosas buenas y gente mala, que hace cosas malas" 
Son las acciones concretas que realizan las personas las que definen su talante moral, más allá de sus diferencias religiosas o culturales. Esta idea me hace recordar las veces que Jesús puso como ejemplo a los samaritanos, precisamente por sus buenas acciones. El ejemplo clásico sería la Parábola del Buen Samaritano (Lc. 25, 10-37).

¿Son iguales todas las religiones?

Viendo la película con los alumnos, se suscitó el tema de las diferencias entre las religiones. Algunos chicos, influenciados por ciertas tesis relativistas que van cundiendo en occidente, afirmaban que da lo mismo ser cristiano o musulmán o hindú, que lo importante es hacer el bien a los demás, trabajar por la paz, ser solidarios, etc. La idea parece atractiva: una igualdad religiosa que anulara las diferencias entre nosotros, sin que ninguna religión tenga la pretensión de presentarse ante las demás como la única verdadera.

Respetando la libertad de conciencia, y el derecho de cada quien a vivir conforme a sus creencias, sin negar tampoco los valores espirituales y humanos que hay en otras tradiciones religiosas, como cristiano no puedo menos que afirmar que en el misterio de Jesús de Nazaret se nos ha dado la plenitud de la revelación de Dios en la historia. Por Jesucristo, y en Jesucristo, el hombre alcanza su identidad más profunda, hijo de Dios y hermano de los hombres. En él la humanidad entera es reconciliada con el Padre y los hombres derriban los muros del odio que han construido entre sí. 
La Iglesia promueve el diálogo entre las religiones y la tolerancia, defiende el derecho a la libertad religiosa y de conciencia, valores todos ellos inherentes a la dignidad humana, pero lo hace desde su propia identidad, convencida de que ella es depositaria y anunciadora de la gracia de la salvación para hombres y mujeres de toda raza, lengua, pueblo, y nación,.... porque Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1 Tim 2,4)  

Enseñemos a los alumnos a valorar y respetar todas las religiones, a dialogar con otras cosmovisiones del mundo, pero sin dejar de señalar que los cristianos estamos convencidos que en nuestra propia tradición religiosa se encuentra la revelación/salvación plena de Dios en la historia, y también del ser humano y de su dignidad.                                                                                                                              

CUESTIONARIO  "MI NOMBRE ES KHAN"

1. Haz un breve resumen de la película, señalando lo que sucede en las tres etapas claves de la historia:
a) Desde la infancia de Khan en la India hasta el ataque terrorista de las Torres de Nueva York;
b) Después del atentado terrorista hasta la muerte violenta del hijo de Mandira, la esposa de Khan;
c) Desde la muerte del chico hasta que el protagonista logra por fin hablar con el presidente.

2. Características del personaje principal: Rizvan Khan
2.1. ¿Qué trastorno padece y como le afecta en sus relaciones con los demás?
2.2. ¿Cómo enfrenta su situación? ¿Se siente integrado en la sociedad? Personas que le ayudan: su madre, la esposa de su hermano, Mandira, etc.
2.3. ¿Qué valores demuestra como persona a lo largo de la película?

3. La madre de Khan enseña a su hijo a superar los odios raciales y religiosos: “No hay diferencias entre musulmanes e hindúes, sino gente buena que hace cosas buenas y gente mala que hace cosas malas” ¿Qué opinas de este principio de convivencia? ¿Se aplica hoy día a nivel de las relaciones entre pueblos y culturas? ¿Y en nuestra propia comunidad?

4. En la película aparece el problema del terrorismo. La tradición cristiana nos enseña que todos los seres humanos, sea cual sea nuestra religión, tenemos una dignidad humana común. Esa dignidad conlleva el respeto por la libertad de la conciencia, y por las diferencias individuales. También el derecho a la libertad religiosa: ¿Se puede obligar a alguien abrazar una idea o religión? ¿Tendría algún valor esa “conversión”? ¿Se puede prohibir a alguien que profese pública y libremente su religión? ¿Qué significa la tolerancia religiosa?

5. El problema de la violencia social, y el acoso entre iguales, aparecen en varios momentos en la película: ¿cuáles son las causas que producen esa violencia y qué consecuencias tiene en la vida de las personas? ¿Qué podemos hacer para prevenir y erradicar la violencia que generan los prejuicios entre los seres humanos?

6. En la película aparecen varios ejemplos de acciones solidarias que rompen la lógica de la violencia y los prejuicios: ¿Puede la solidaridad crear puentes entre los seres humanos? ¿Cómo? Razona tu respuesta.